La llegada de la primavera y el cambio de hora nos acaban de regalar tardes más largas y con más luz, aunque eso a veces no resulta muy fácil de llevar. Los niños tienen una menor capacidad de adaptación a los cambios que los adultos, lo que hace que sean quienes más sufren las consecuencias de haber adelantado el reloj.

Con los bebés la situación va un paso más allá, ya que siguen demandando su comida o sus horas de sueño independientemente de lo que marque el reloj. Cansancio, fatiga, cambios de humor, apatía, falta de concentración, molestias en la cabeza y somnolencia son algunos de los posibles efectos secundarios que el cambio de hora puede tener en los más pequeños. Para ayudarles, es imprescindible que los cambios sean paulatinos, y no de un día para otro.

Por lo general, los niños tardan entre tres y cuatro días en acostumbrarse a la nueva situación, y en cuanto descubren las ventajas que ésta tiene, estarán encantados con el cambio. El nuevo horario les permitirá hacer más deporte y jugar con otros niños al aire libre hasta prácticamente la hora de la cena.

La clave para afrontar el cambio al horario de verano parte de que padres e hijos compartan una vida activa y en contacto con la naturaleza que les permita disfrutar del tiempo libre fuera del hogar: pasear, correr, montar en bicicleta… y que están relacionadas directamente con una mejora de la salud. El oxígeno y el sol tienen la propiedad de reactivarnos, y a partir de primavera, es el momento idóneo para dejarse llenar de sol.

Además, el cambio horario no tiene por qué conllevar una diferencia de hábitos: nos levantaremos, nos acostaremos e incluso dormiremos la siesta a la misma hora de siempre, sólo que en el primer caso tendremos una luz más intensa y el sol calentará un poco más.